Mi ingreso en el hospital.
...Víctor se quedó atónito, sin saber
que hacer, se quedó blanco y yo super nerviosa, temblaba y solo
podía llorar, apenas podía articular palabra, le decía a Víctor
llama, llama!! y el pobre decía donde llamo? llama a recepción o al
número 112 ese!!
Por un momento Víctor volvió en sí y
le escuché hablar con el 112, le preguntaron todo lo que se podía
preguntar antes de venir. Los segundos se me hicieron eternos.
Bajé a recepción con un camisón de
Minnie Mouse rosa y unas bailarinas de purpurina dorada que me había
comprado el día de antes, fue lo primero que pillé.
No se si podéis imaginaros la
situación, la habitación llena de bolsas, de ropa, todo por medio,
lo típico de cuando vas de viaje, un desastre, y allí se quedó
todo.
Al llegar a recepción me imaginaba que
todo sería como en las películas en las que una mujer se pone de
parto, todos me estarían esperando con la ambulancia. Pero no fue
así, allí solo estaba la recepcionista, que no me ofreció ni una
silla, yo atónita como si flotara en un sueño en el que nadie me
veía ni escuchaba. Nadie y cuando digo nadie es nadie, en toda la
puerta de sol nadie me miró!!
Y allí estaba yo con mi camisón, mi
pelo despeinado y mis bailarinas, aguantándome con un papel mis
partes, como si yo pudiera frenar el líquido que caía.
Víctor ni hablaba, solo se escuchaba
de fondo la sirena de la ambulancia, perdida, no sabía llegar al
hotel, la oíamos una y otra vez rondando por nuestras calles,
desesperante!!
Finalmente un guía que hacía
excursiones para el hotel se apiadó y fue a buscar la ambulancia y
la dirigió hasta el hotel. Nunca le olvidaré, aunque no recuerdo ni
su cara, en mi corazón siempre permanecerá guardado mi
agradecimiento hacia ese señor.
La ambulancia llegó y otra vez tuve la
esperanza de que pudieran hacer algo al recogerme. Algún
medicamento, suero, algo. Pero fue más de lo mismo, nadie hablaba,
nadie podía darme diagnóstico, era como si la gente supiera que
todo estaba perdido! O como si estuviesen acostumbrados a cualquier
cosa.
Debía de ser eso!!
Al entrar lloré, lloré con Víctor
mientras nuestros peores pensamientos inundaban nuestras cabezas. Me
preguntó: el bebé que no ha roto la bolsa se
podría salvar?
le respondí un “no”,entre
lágrimas y hasta ahí llegó nuestra conversación.
La enfermera de la ambulancia rompió
nuestro silencio preguntando de cuantas semanas estaba, al responder
que de 24, la ambulancia se paró y se pusieron a llamar a
hospitales, cada segundo que pasaba sentía morir, morir por dentro,
sin saber que me iba a pasar, que le iba a pasar a lo que más quería
en el mundo, sin apenas conocerles.
Por fin la ambulancia volvió a
arrancar y nos informaron que nos dirigían al Hospital
Universitario Gregorio Marañón. Yo ya más muerta que viva, en mi
mente,solo pensaba en lo peor.
No sabía donde íbamos, solo me sonaba
el nombre del Hospital de escucharlo por las noticias, sentí por
momentos ser extranjera y estar en un país en el que ni siquiera
entiendes el idioma.
Perdida y aterrada, entre el sonido de las sirenas, entramos en un túnel. Siempre recordaré el ruido de
las ruedas golpeando contra una chapa de tubería que había en el
suelo, de momento todo se oscureció, y me recordó a las noticias,
cuando sucedió el atentado del 11M. No se si vi ese hospital por
televisión o fue la percepción del miedo que sentí, pero aún hoy
al recordar ese ruido, siento esa sensación de pánico e inseguridad
que me envolvió en aquel momento, tan difícil de olvidar.
Una vez en urgencias, me colocaron las
cintas que se ponen cuando vas a monitores, para controlar las
pulsaciones del bebé, si hay o no contracciones, el nivel y tiempo
en que se producen.
Seguía sin saber que iba a pasar, me
hicieron una analítica y pasé a ver a la ginecóloga. Era una chica
muy joven, además no muy cariñosa, para este tipo de situaciones.
Su primer diagnóstico fue que me
orinaba, le respondí que sabía que no me orinaba, pero que ojalá fuera solo eso. Me dijo que muchas embarazadas sin darse cuenta
se orinan. que era algo normal y que nos podíamos ir a casa, que todo estaba bien, por lo
que como no podía volver mojada y en camisón al hotel, Víctor
cogió un taxi y fue a por mi ropa.
Mientras tanto, sola, empecé a tener
contracciones, me tumbaron y me hicieron por segunda vez una prueba
que indica si era líquido amniótico lo que perdía o no, me volvió
a salir negativo, pero como tenía contracciones me quedé ingresada.
Llamamos a mi madre, contándole lo que
había pasado, ella se encargó de llamar al resto de la familia, en
principio todo quedaba en un susto. Y yo me quedaría en el hospital en
observación por esa noche.
Todavía no había pasado ni un par de
horas, desde que me habían pasado a planta, que volví a sentir
como me caía otra vez el líquido, ahora del color de la sangre.
Las enfermeras llamaron a la
ginecóloga, repitieron el test, y no hizo falta resultado, solo con
la expresión de su cara, supimos que la cosa no iba bien.
Efectivamente salió positivo, una placenta estaba rota. La de Enzo.
Os preguntareis, ¿ por qué tenía que
ser la de Enzo?
Por que su papá quiso que el primer
bebé en nacer se llamara Enzo y así fue.
Volvemos a la habitación de hospital. No se deciros ni que número era, por que no salí de allí en una
semana. De urgencias me subieron en una silla de ruedas a la
habitación, y como de dentro de la ambulancia no se veía nada, no
sabía ni donde me encontraba, totalmente desubicada. Una sensación
muy rara. De la habitación del hotel, a esa tan fría. Mis vistas fueron durante 7 días, una ventana con rejas que daba a un pasillo solitario.
Estuve acostada durante todo ese
tiempo, recuerdo la voz de una enfermera diciéndome: no te
muevas, has de ser una incubadora humana, y eso es lo que fui. Ni
para ir al baño me levantaba, tan solo para ducharme cada mañana,
ese momento junto con el horario de las comidas se convirtieron en
los mejores ratitos del día, durante toda esa semana.
Continuamente venían a visitarme
enfermeras y ginecólogas, solo puedo dar las gracias a todas ellas,
me sentí muy bien cuidada, fueron todas muy cariñosas, por las
noches venían y me ofrecían tomar algo calentito, para que
descansara mejor.
Sabía el tiempo que había pasado
mientras estaba ingresada, por sus turnos, trabajaban dos días y
libraban uno. Al volver cada una de ellas de su día libre, venían a
visitarme,con la voz en alto de buenos días princesa !! un día
más!! a mi y al resto de chicas que estaban en esa planta nos
alegraban los días.
Ellas también se ponían contentas de
encontrarnos todavía allí, eso quería decir que los bebés seguían
dentro.
Pero de entre todas las visitas, la
que más nos tranquilizó fue la de una médica neonatóloga a la que
guardo mucho cariño.
Entró por la puerta con un semblante
serio, pero me habló muy dulce, me explicó que podría pasar y qué
protocolo se sigue en esos casos.
Nosotros solo queríamos oír de su
boca, si los bebés sobrevivirían en caso de que me pusiera de
parto.
Todavía recuerdo su voz y su mirada
fija hacia nosotros, desde los pies de la cama, diciendo:
En estas semanas la probabilidad de
supervivencia es alta, aunque son prematuros muy extremos, pueden
sobrevivir. Y en este hospital estamos preparados para recibirlos,
pero por supuesto no les vamos a invitar! Y vamos a hacer lo posible
para que no quieran salir!!
Me dijo que
estábamos en el mejor Hospital de Europa en cuanto a neonatología.
Y no se equivoca.
Nos explicó todo, paso por paso,
diciendo ente otras muchas cosas, que era muy importante que los
bebés lloraran al nacer, eso significaría que la cosa estaba yendo
bien.
Fue muy clara y contundente, pero sus
palabras nos tranquilizaron.
Se despidió diciendo: tú solo
piensa que eres una campeona y que ya llevas tres días en
cama. Cada día en tu tripa, equivale a una semana de incubadora!!
Ya 4 días y los bebés todavía
permanecían ahí dentro, se iban sumando días, pero también perdía
cada vez más líquido amniótico del que producía.
Por eso el control tan riguroso, a cada
momento se me monitorizaba para escuchar sus corazones, la tensión
era horrible, al ser dos y tan pequeños, costaba encontrar sus
latidos, así que, imaginaos por un segundo, no escuchar el corazón
de vuestros pequeños, el silencio se hace eterno, cuando de repente:
pum, pum, pum, pum. Ahí están, qué alegría oírles!!
A todo esto había que sumarle los
medicamentos y sueros que tenía al día, ya no me cabían más
agujas ni hematomas en el cuerpo, que sí pinchazo para que me
circulara bien la sangre, que si otro para la maduración de los
pulmones de los peques (corticoesteroides prenatales), antibióticos
para que no se produjera ninguna infección y pudiera pasar a los
bebés, y tocolíticos que son unos ciclos de medicamento, para
frenar las contracciones.
En fin, los días eternos fueron
pasando y llegó el viernes, ya llevábamos casi una semana, por fin
mis padres podían venir a visitarme, solo pudimos abrazarnos muy muy
fuerte, hasta conseguir dejar de lado la emoción y hablar.
Ellos como cualquier padre o madre lo
haría, intentaban animarme, ocultando su tristeza y preocupación.
Me trajeron varios regalos y dulces de gente de mi pueblo que me
mandaba su apoyo.
Mi padre no paraba de decir tonterías
y bromas, pero la expresión de su cara no era la de siempre, sus
ojos tristes no acompañaban a su sonrisa.
Mi madre se quedó esas dos noches
conmigo, en el sillón en el que Víctor había mal dormido 5 noches.
Por fin el pobre iba a descansar en una
cama!!
Anécdota:“Os voy a contar algo que fue muy gracioso, casi nunca salía del hospital, para no
dejarme sola pero cuando lo hacía, me iba describiendo que había
por el alrededor, para que yo me lo imaginara. Uno de esos días
vino diciendo que había visto un Corte Inglés y le dije, pregunta
si te dejarían ponerte en la habitación por la noche un colchón
hinchable, y vas y te lo compras !!
Pero como es tan bueno que no quería
dejarnos ni por un segundo, lo compró por Internet, dando la
dirección del hospital. Y Claro nunca llegaba!! Total que al final
fue y compró uno al Corte Inglés. La dependienta le dijo que era
muy bueno y que se hinchaba solo, el pobre se vino super ilusionado y
el colchón casi podía caber en el bolsillo de una chaqueta. Al
inflarlo os podéis imaginar! Jajaja, era la típica esterilla de
tienda de campaña! jajaja eso me hizo reír, incluso le hice fotos!!
Imaginar nuestra habitación, las
maletas, las compras que habíamos hecho, la ropa que Víctor se
lavaba, tendida de la ducha, la alfombrilla, aquello parecía un
camping!!”
Mis padres estuvieron allí hasta el
domingo, hablábamos de cuando nacerían los bebés, unos apostábamos
en agosto, otros a finales de julio. Mi madre decía que si ya había
aguantado tanto, por qué no iban a aguantar más dentro de mi
tripita?
Por la mañana empecé a tener
contracciones y llevaba dos días manchando mucho.
Las enfermeras me dijeron que si no se
me pasaba me volverían a poner otro ciclo más, ya que habían
pasado los tres días desde el primero.
No hizo falta, las contracciones
cesaron. Me animé pensando que tal vez mi familia tenía razón, ya
había pasado una semana. Y por qué no otra?
Llegó la tarde y las despedidas
también, mis padres se tenían que ir de vuelta a Villajoyosa, un
pueblecito de la costa en Alicante.
Mientras yo pasaba la tarde
abanicándome, nunca había pasado tanto sofoco, incluso con el aire
acondicionado puesto, estaba asada de calor. Algo se acercaba.
Hacia las 16:00h empezaron otra vez las
contracciones, la enfermera de esta hora no fue tan amable, me las
controlaba, pero me dijo que todas las embarazadas teníamos
contracciones y que había que aguantar.
¿qué quería que aguantara? ¿ No
sería un aviso de que los pequeños querían salir?
Hacia la noche, a eso de las 20:00h me
pusieron un gotero, para intentar frenarlas.
Cada vez eran más fuertes, así pasé
horas y horas, mientras me iba visitando la ginecóloga para ver si
el cuello del útero estaba más corto.
Sobre las 22:00h no podía más, les
dije:
"por favor parar esto como sea!! me respondieron que si no se
frenaban las contracciones, ya poco se podía hacer y me bajaron a
paritorio.
Mientras me bajaban en la cama,,
retorciéndome de dolor mi cabeza apoyada en la almohada, solo
recuerda paredes y techos blancos de pasillos larguísimos.
Yo creía que al llegar a paritorio el
tema terminaría rápido, una cesárea y los bebés fuera. Adiós
dolor y hasta luego sufrimiento.
Pero el dolor duró 10 horas más y el
sufrimiento todavía nos acompañaría meses y meses, hasta salir
todos del hospital.
En aquella sala pasamos la noche,nunca
supe donde habían nacido mis bebés, por que entre los nervios de
Víctor, el miedo y mi dolor, nuestra mente estaba en blanco, como
para recordar con nitidez los pasillos de aquella sala. Solo recuerdo
que estaba oscuro, que yo gritaba y gritaba, mientras Víctor
encogido en una silla lloraba sin parar. Me pincharon varias veces,
para que no sintiera dolor. Le pedía continuamente a la ginecóloga
que los sacara , que me moría.
Ella me decía que tenía que hacerlo
por ellos, aguantar a ver si retrocedía el parto, y dilaté hasta 6
cm y medio. No quería aguantar más dolor, sabía que mi cesárea ya
iba a ser inminente, los peques querían salir, ¿ por qué me
dejaban pasar tanto dolor?
Pues por una razón muy importante, los
corticoesteroides prenatales son vitales para los bebés prematuros,
aceleran su maduración pulmonar y el pinchazo que me habían puesto
para ello, tenía que hacer efecto.
Así que hacia las 10.00h de la mañana
me metieron a quirófano,como un zombi, pero un zombi aterrado, con
mucho miedo.
Me sentí sola ante tanto. Siempre
recordaré aquel momento de impotencia acompañado de terror, me
sentí como una niña cuando la separan de su padre. El rostro de
Víctor, entre lágrimas,sin querer soltar la barra de mi cama,
reflejaba miedo, y rabia por tenerme que dejar. La camilla empezaba a
moverse, mientras me iba hacia dentro, dejándolo solito. Empecé a
sentir frío, el frío de un quirófano, que hace que tu cuerpo
tiemble incontrolada mente, hasta que finalmente te sedan.
Solo veía entre mi nublada y aturdida
vista luces, luces en el techo y gente que me hablaba.
Entre todas las voces recuerdo dos.
Primero, la de un hombre muy cariñoso, que me dijo :
no te va a pasar nada, yo estoy aquí
contigo, mientras me acariciaba la cara.
De mis ojos caían lágrimas, sin
apenas mover los párpados.
Me acurrucaron como un caracol, para
pincharme la epidural y sentí que flotaba, se que estaba en una
camilla, pero me sentía en el aire, como si me estuvieran sujetando
dos hombres en brazos.
Ya no podía pasar más miedo, ni
dolor, así que me dije Marta lo que tenga que ser, será, y como
quien entrega su cuerpo, por que ya no puede más con el alma, dije
dentro de mí, me rindo!
Y de repente mucho olor a pollo
quemado, dos meneos de tripa y entre el silencio un llanto como el de
un gatito que acaba de nacer, un llanto débil pero continuo.
10:39 h sentí felicidad, al mismo tiempo que
me decían mira este es tu bebé Enzo, (esa fue la segunda voz
preciosa que recuerdo) y envuelto en una sábana me lo enseñaron muy
rápido, pude verle la carita, una carita redondita y pequeña.
Pensé venga ya está, todo ha salido
bien, ha llorado!! ahora falta Gabriel, solo necesitaba escuchar su
llanto para llenarme de energía y todo habría pasado. O al menos
eso creía yo.
10:45 h, 6 minutos después que su
hermanito, nacía el pequeño de los dos, con la cara más larguita y
el mismo mini llanto, me lo enseñaron y se los llevaron, me dijeron
vamos a enseñárselos a papá.
Papá estaba desesperado, pasillo arriba pasillo abajo, solo
preguntaba por mi, dice que lloró y sintió mucho miedo de perderme.
Por primera vez conocería a sus peques
y a la que sería su habitación por un tiempo. La UCI.
Continuará.....